La cuarta palabra de la cruz: «¡Tengo sed!» (Jn 19, 28)
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1. La reflexión sobre la Palabra de Dios:
“Sabiendo Jesús que ya todo se había consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo: ¡Tengo sed! Había allí una vasija llena de vinagre. Entonces pusieron en un hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca.” (Jn 19, 28-29)
Jesús es clavado en la cruz y tiene sed. La flagelación cruel ha rasgado Su cuerpo sagrado y Él ha perdido mucha sangre. El azote constaba de varias gruesas tiras de cuero con dos pelotitas de plomo fijadas cerca del extremo de cada una. Las pelotitas de plomo producían, primeramente, grandes y profundas magulladuras, que luego se abrían con los golpes siguientes. Finalmente, la piel de la espalda colgaba en largas cintas y todo el área era una masa irreconocible de tejido roto que sangra. Dos verdugos azotaban a Jesús con toda fuerza. El látigo pesado caía, una y otra vez, sobre los hombros, la espalda, y las piernas de Jesús. Los soldados no escatimaron ninguna parte del cuerpo, ni siquiera la cabeza y la cara.
Cuando Jesús estaba cerca de la muerte, la flagelación fue detenida finalmente. Le desataron y dejaron desplomar al pavimento de piedra, mojado con su propia sangre. La pérdida súbita de sangre causó un rápido ritmo cardíaco, desmayo y una sed muy fuerte. El inmenso dolor causado por las heridas abiertas y la sed fuerte atormentaban al Señor Jesús incluso durante su vía crucis. Ahora, en la cruz, siente una sed más ardiente. Sus labios están secos, agrietados, su lengua se ha pegado al paladar.
Sin embargo, mucho mayor que la sed física es la sed interior. Jesús percibe cómo el pecado hace la obra de la destrucción, como embota a millones de almas y las lleva a la apatía y a la pereza espiritual, para que descuiden su salvación eterna. La sed espiritual de Jesús expresan las súplicas del Padre Nuestro: “¡Padre, santificado sea tu nombre! ¡Padre, venga tu reino!”
Jesús, Tú hoy tienes sed en mí y yo junto contigo tengo sed de la liberación de una esclavitud concreta de mi naturaleza corrompida.
Todo lo que nos fue dado a nosotros en el Bautismo a través de la muerte y resurrección de Cristo, debe ser actualizado por la fe. Mientras tanto, para nosotros ha sido natural una rebelión constante contra Dios y la gente. Sin embargo, yo tengo que vivir por la fe, cada día dar gracias por todo, aunque no lo entiendo todo, y dar todos mis problemas a Dios con confianza. Pero no lo hago. Muchos buscan ayuda en otros lugares ―en los curanderos o en adivinos―. Y esto es un gran pecado. No aman a Dios con todos sus corazones. Si Lo amaran, no tendrían ni tiempo ni espacio para el pecado. ¡Sin el amor verdadero a Jesús, el hombre es el esclavo de las concupiscencias y del orgullo! Señor Jesús, tengo sed, y llamo no sólo con mi voz, sino con todo mi corazón: “¡Santificado sea Tu nombre en mi alma! ¡Venga Tu reino a mi corazón!” Así rezamos cada día en la oración Padre Nuestro.
2. La recitación de la Palabra de Dios (5 min):
Me doy cuenta del dolor de Jesús durante la cruel flagelación, así como de su sed causada por la pérdida de sangre. Todos repetímos: “Para que se cumpliera la Escritura, Jesús dijo: ‘¡Tengo sed!’” (Jn 19,28).
3. La oración de acuerdo a la Palabra de Dios (5 min):
Todos decimos juntos: “Padre”, y uno añade: “¡Santificado sea Tu nombre en mi alma!”
4. La oración del corazón (5 min):
Todos llamamos: “Aaaa … ba”. Ahora, junto con Jesús tengo sed: “¡Venga Tu reino a mi corazón!”
Descargar: Nueva edición del folleto de oración para la celebración del Domingo – formato doc , formato pdf
Descargar: La muerte y resurrección de Jesucristo (la oración contemplativa)