La quinta palabra de la cruz: “¡Eloi, Eloi! ¿Lema sabactani?” (Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?) (Mc 15, 34)
1. La reflexión sobre la Palabra de Dios:
“En la hora novena Jesús exclamó a gran voz, diciendo: ‘¡Eloi, Eloi! ¿Lema sabactani?’” (Mc 15, 34)
Jesús está muriendo en la cruz. Su cuerpo está lleno de heridas y contusiones, la piel está cubierta de sudor frío y pegajoso. Él no puede encontrar una posición que Le permitiera por lo menos un poco de alivio. Los clavos en las muñecas están presionando los nervios medianos, dañados gravemente, causando un dolor fuertísimo. Cuando Jesús se empuja hacia arriba para evitar este tormento, Él coloca todo su peso sobre el clavo que atraviesa los pies. Nuevamente se produce una agonía de dolor ardiente, cuando el clavo desgarra los nervios entre los huesos metatarsicos de los pies. Cada movimiento es seguido con un nuevo sangramiento. Las manos se fatigan, grandes oleadas de calambres pasan por los músculos engarrotándolos en un profundo dolor punzante. Los calambres aprietan las terminaciones nerviosas de los músculos. Se puede inhalar aire a los pulmones pero no se puede exhalar. Jesús lucha por elevarse para tener al menos un pequeño respiro. Finalmente, el aire entra en los pulmones, la sangre se enriquece un poco y los calambres se relajan parcialmente. Espasmódicamente, Jesús logra levantarse para exhalar y luego inhalar el oxígeno que sostiene la vida. Jesús experimenta ciclos de calambres dolorosos cada vez mayores. Con cada movimiento hacia arriba o abajo, Sus espaldas laceradas se desgarran contra el rugoso madero de la cruz. La fiebre se eleva, cada choque de Su cabeza contra el travesaño de la cruz incrusta las púas más profundamente en su cuero cabelludo.
La oscuridad creciente en el Gólgota es sólo una imagen débil de la oscuridad interior y de la desesperanza que vive ahora Jesús. En este momento él toma sobre sí mismo la esencia del pecado junto con sus consecuencias. Él, el Cordero de Dios, experimenta el abandono del alma por Dios ―la esencia de la condenación eterna en el infierno―. A potestades demoníacos se les dio poder para atormentar físicamente y espiritualmente al Hijo de Dios y, finalmente, para matarlo.
La exclamación de Jesús: “¡Eloi, Eloi!” es para recordarnos del horror de la condenación eterna en el infierno. Allí el hombre está separado de Dios y atormentado por los demonios.
Hay los pecados de la carne y los pecados del alma dirigidos contra el Primer Mandamiento de Dios. Son, en esencia, la incredulidad en Dios y la idolatría. Por medio de diversas formas de la magia, la adivinación y las filosofías paganas el hombre recurre a la espiritualidad falsa. Se trata de un falso respeto por las religiones paganas y sus dioses que son demonios.
Un ejemplo: la fe en la reencarnación, la fe en supersticiones, en los hechizos, adivinación, el péndulo, fundición de la cera, horóscopos, libros de sueños, medicina oculta: la homeopatía, la acupuntura, la hipnosis, reiki, yoga, la meditación trascendental y las meditaciones orientales asociadas con las artes marciales, con la relajación, la psicología y servicio de masajes. El fruto es EL ORGULLO ESPIRITUAL QUE RECHAZA AL DIOS Y SALVADOR VERDADERO Y ES LA CAUSA DE LA PERDICIÓN ETERNA. A través de la incredulidad y la idolatría el diablo echa las almas a la perdición. Por lo tanto, en la oración “Padre Nuestro” pedimos a Dios Padre: Líbranos del mal ―del diablo―.
2. La recitación de la Palabra de Dios (5 min):
Me doy cuenta del dolor intenso producido por los calambres y la asfixia de Jesús crucificado en la cruz. Todos repetímos: “¡Eloi, Eloi¡ ¿Lema sabactani?”
3. La oración de acuerdo a la Palabra de Dios (5 min):
Todos decimos junto: “Eloi, Eloi”, y uno añade: “Líbranos del mal”.
4. La oración del corazón (5 min):
En unión con Jesús todos llamamos: “Ee-lo-iii”. Con el corazón pedimos: Líbrame de la maldición de idolatría.
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Descargar: La muerte y resurrección de Jesucristo (la oración contemplativa)