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El PCB: Participantes del VII Congreso de religiones en Kazajistán, ¡manos al corazón! /1.ª parte: La esencia del cristianismo/

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¡Estimados participantes del VII Congreso de las llamadas religiones mundiales!

Muchos cristianos y no cristianos se hacen la pregunta: ¿Cuál es el significado y propósito de estas reuniones? Cuando os reunís, parece natural que todos expliquen brevemente la esencia de su fe. Este año también asistirá a la reunión el inválido papa Francisco Bergoglio, quien se ha excluido a sí mismo de la Iglesia católica por su antievangelio (v. Ga 1, 8-9) y por lo tanto no puede ser su verdadera cabeza. Es por eso por lo que nosotros, como católicos ortodoxos, presentaremos brevemente las verdades fundamentales del cristianismo a todos vosotros —los participantes de la reunión— en lugar de él.

Nuestro Credo dice: «Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible». Los cristianos llamamos a Dios «Padre», porque en Él tenemos nuestro origen, nuestra existencia. Confesamos que este mundo no es obra de la casualidad, sino que Él, Dios, está detrás de Su creación como Ser espiritual supremo. Ha puesto leyes y regularidades maravillosas en la materia viva y muerta.

Él creó esta tierra, todo el universo, miles de millones de estrellas. Él creó no solo este mundo visible, sino también el mundo invisible, los seres espirituales que llamamos ángeles. Se dividen en ángeles buenos, que pasaron la prueba decisiva y permanecieron fieles a Dios, y ángeles que se rebelaron en su orgullo contra Dios y, por lo tanto, se convirtieron en ángeles malos o demonios.

Dios creó al hombre, que es en el cuerpo como los animales, pero dotado de un espíritu inmortal, es semejante a Dios. El primer hombre fue puesto a prueba, pero no la pasó. Cometió el primer pecado: la rebelión contra Dios. Adán y Eva desobedecieron a Dios, no Le creyeron, sino que creyeron la mentira de la serpiente. Así trajeron maldición, sufrimiento y muerte y se pusieron a sí mismos y a su descendencia bajo el dominio del diablo y los espíritus malignos, los demonios. Incluso hoy en día, los demonios se adoran en algunos cultos religiosos y se les ofrecen grandes sacrificios. En la historia de las naciones no cristianas, también se hicieron sacrificios humanos.

El Dios santo y eterno fue ofendido por el pecado. Por lo tanto, el hombre no puede ofrecer la reparación por el pecado. Ningún ángel o arcángel podría ofrecer la reparación justa. Pero Dios tuvo misericordia y envió un Redentor para salvar a la humanidad. El mismo Hijo unigénito de Dios asumió la naturaleza humana, nació de la Santísima Virgen, la Madre de Dios, y ofreció una reparación adecuada por el pecado original y los pecados de la humanidad. La justicia de Dios fue satisfecha.

Jesucristo derramó Su sangre y sacrificó Su vida por nosotros en la cruz ignominiosa. Por Su muerte, venció al diablo, el espíritu de mentira y muerte, y nos abrió la puerta a la vida eterna. Confesamos acerca del Señor Jesús en el Credo: «Creo en Jesucristo, Hijo único de Dios… Él es Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre». Los cristianos profesan el misterio de la Santísima Trinidad. Hay un Dios, una divinidad, pero Dios es en tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El primer y mayor mandamiento es amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas. El verdadero cristianismo, además del amor a Dios, también enfatiza el amor al prójimo. Debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, y debemos amarnos a nosotros mismos en la medida en que estemos dispuestos a hacer incluso los mayores sacrificios para obtener la vida eterna. Por lo tanto, debemos mostrar la misma determinación para salvar el alma inmortal de nuestro prójimo.

Sobre todo, es necesario saber que ni Buda, ni Confucio, ni Mahoma nos consiguieron el perdón de los pecados. El perdón de los pecados se nos concede única y exclusivamente al precio de la sangre derramada de Jesucristo, el Hijo de Dios. Por lo tanto, en ningún otro hay salvación, sino solamente en Jesucristo (Hch 4, 12). Jesús no solo murió en la cruz ignominiosa por nuestros pecados, sino que probó Su divinidad con Su resurrección gloriosa y confirmó las verdades que nos dio en el Evangelio. Su resurrección es real e histórica, no meramente simbólica, escatológica o mística, como afirman falsamente los herejes.

El Evangelio da testimonio del amor de Dios y de nuestra salvación: «De tal manera amó Dios al mundo (y a ti) que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Jn 3, 16). ¿Cómo amó Dios? No solo nos dio existencia material y espiritual; Él dio a su Hijo unigénito para que muriera por ti. ¿Por qué? Para que tú, que creerás en Él, no perezcas, mas tengas vida eterna.

Jesús resucitado y glorificado dijo al apóstol Pablo: «Te envío a los gentiles para que abras sus ojos, a fin de convertirlos de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios, para que reciban el perdón de los pecados…» (Hch 26, 18). Los paganos son espiritualmente ciegos; están en la oscuridad y en el poder de Satanás. La salvación se abre a ellos por la palabra del evangelio, y por la fe en Cristo reciben el perdón de los pecados. Entonces podrán participar de la vida y felicidad eternas con los elegidos.

La realidad de la herencia oscura que afecta a cada persona en esta vida terrenal es que tienen una fuente de maldad dentro de sí mismos. De esta fuente envenenada provinieron todos los crímenes, guerras, crueldades y atrocidades jamás cometidos por la humanidad. Esta fuente del mal se manifiesta en el egoísmo y el egocentrismo, que ciegan los ojos espirituales, para que el individuo no vea y no quiera ver su error. Sin embargo, ve los errores ajenos, e incluso los exagera, y los condena con odio. La fuente del mal en el hombre tiene sus raíces en la mentira y tiene un sistema de defensa contra la verdad.

Dios nos creó por amor a su imagen y semejanza. Puso un espíritu inmortal dentro de nosotros. Porque nos amaba, también nos dio a su Hijo para redimirnos de la pena del pecado. El Hijo de Dios es verdadero Dios y verdadero hombre. Él soportó una gran humillación y sufrimiento por amor a nosotros. La Sagrada Escritura testifica que no fuimos redimidos con oro o plata, sino con la sangre preciosa de Jesucristo, el Hijo de Dios. Jesús nos dio Sus mandamientos para que los guardáramos y así alcanzáramos la verdadera paz en la tierra y la vida eterna después de la muerte.

El ego humano ama la mentira y rechaza los justos y necesarios mandamientos de Dios en su detrimento temporal y eterno. El mal en el alma, heredado de nuestros primeros padres, es la simiente de la serpiente, el diablo. Pero tenemos una solución: ¡Nuestro Redentor! Con Él podemos triunfar sobre la mentira y el mal que dimanan de esta semilla envenenada. Solos no podemos vencer el mal en nosotros, pero con Jesús podemos. La condición es que tomemos en serio Sus palabras: «Niégate a ti mismo (tu ego), toma tu cruz y sígame».

Una persona sincera busca una respuesta a la pregunta básica: ¿Cuál es el propósito de mi vida? El propósito de la vida es buscar a Dios, conocerlo, guardar Sus mandamientos y obtener la vida eterna después de la muerte.

Cada uno de nosotros se enfrenta a la realidad más segura, y esa es la muerte. Tarde o temprano morirás y te espera el juicio de Dios, y luego o el cielo eterno o el infierno eterno, es decir, o la recompensa eterna o el castigo eterno. Un hombre sabio recuerda el final: la muerte, el juicio de Dios y la eternidad. Sin embargo, tiene que reconocer que tiene una raíz envenenada del mal en sí mismo y ver verdaderamente sus frutos envenenados, es decir, los pecados que proceden de esta raíz. Solo entonces entenderá realmente su estado y el hecho de que no puede salvarse a sí mismo por sus esfuerzos.

Pero debemos colaborar en nuestra propia salvación. La única salvación está en el perdón de los pecados. Este perdón está solo en Jesucristo. La condición para obtenerlo es el arrepentimiento. Significa reconocer ante Dios nuestros pecados, es decir, el mal del que nos acusa nuestra conciencia y que hemos cometido contra nuestro prójimo al transgredir la ley de Dios. Jesús dijo a los apóstoles: «Se predicará el arrepentimiento para el perdón de los pecados». El perdón de los pecados y el plan perfecto de nuestra salvación están relacionados con el misterio de la encarnación del Hijo de Dios y con Su muerte redentora en la cruz. Por Su cruz, Jesús nos rescató del camino de la autodestrucción, del camino del pecado, que termina en el infierno.

Una verdadera relación consigo mismo, con Dios y con el prójimo implica una autocrítica adecuada, que educa nuestra conciencia y nos enseña a caminar en la verdad. Quienes han abandonado a Dios y rechazado los principios morales dados por Él, buscan la falsa felicidad en la carrera y el materialismo, en el adulterio, en la pedofilia pecaminosa y criminal, en la sodomía, en la zoofilia, incluso en el sadomasoquismo… La ideología de género legaliza perversiones de las que es vergonzoso aun hablar. Van acompañadas de trastornos mentales, posesión demoníaca y enfermedades. Tales personas se convierten en médiums de demonios inmundos, a los que Jesús no toleraba sino que expulsaba.

La fuente del mal en el hombre tiene un objetivo oculto, que es la autodestrucción gradual. La sexualidad pervertida no es un asunto neutral; afecta fundamentalmente al psiquismo humano. Quien se convierte en un esclavo de la pasión impura está dispuesto a cometer otros delitos, como la tiranía, el ocultismo, el homicidio, incluso la rebelión contra Dios y el satanismo… El pecado original es la raíz de la criminalidad en el hombre. Detrás de él está el poder espiritual del mal que pasó a nuestros primeros padres a través de la serpiente infernal, el diablo. Opera secretamente en el alma, y todos deben oponerse a este poder de la mentira y el pecado, porque de lo contrario destruirán sus vidas, tanto temporales como eternas.

Las herejías en la Iglesia han desvirtuado los dogmas esenciales de la fe, que son el fundamento de la verdadera moral. Una persona necesita motivación y el poder de la fe salvadora para luchar contra el pecado y la fuente del mal en el alma. Cada vez que caían los pilares de la verdad y la fe, también caía la moral. Cuando gobierna la mentira, se niega el pecado y se rechaza al Salvador y el cristianismo verdadero. Este suicidio espiritual y traición a Cristo, que ahora está en su apogeo en la Iglesia católica, es fruto de la adoración al dios del ego, cuyo padre (autor) es el diablo (Jn 8, 44).

La Iglesia católica ha rechazado el fundamento sin el cual nadie será salvo, a saber, el verdadero arrepentimiento (Lc 13, 3). Quienes lo rechazan cierran los ojos ante la realidad más básica, que es la muerte. Pero a la muerte le sigue el juicio de Dios y luego el castigo eterno en el infierno para aquellos que recalcitrantemente se negaban a arrepentirse.

Miles de personas mueren cada minuto. Decenas de miles de personas mueren cada hora. ¿Cuántas personas mueren cada día? ¿Cada mes? ¿Cada año? Él tiene una muerte feliz quien, en el momento de la muerte, está libre de pecado mortal.

A la muerte le sigue inmediatamente el juicio. Cristo dice: «No hay nada oculto que no haya de ser manifiesto, ni secreto que no haya de ser conocido y salga a la luz» (Lc 8, 17). Al juicio le seguirá inmediatamente la retribución.

Los condenados en el infierno nunca verán a Dios, a quien el espíritu y el corazón humanos anhelan. Los condenados son eternamente atormentados por demonios malvados en el lago de fuego. También sufren un gran tormento mental que nunca termina. San Agustín dice: «Es justo que Dios rechace al que primero lo rechazó».

¿Qué debemos hacer para no caer en el infierno sino ganar el cielo eterno?

Debemos apartarnos del falso camino del autoengaño y del pecado, recibir a Cristo Salvador, entregarle nuestros pecados e invocar el nombre de Dios cada día, al menos antes de acostarnos: «Todo aquel que invoque el nombre del Señor, el nombre Yehoshua, será salvo». (Rm 10, 13)

Estimados participantes del Congreso, ¿qué hay de cada uno de vosotros? ¿Qué pasaría si por una intervención extraordinaria todos vosotros comparecierais repentinamente ante el tribunal de Dios? La mayor realidad es que tarde o temprano cada uno de vosotros comparecerá ante el tribunal de Dios. Por lo tanto, os pregunto personalmente a cada uno de vosotros: ¿Dónde estará tu alma después de este juicio? ¿En el cielo o en el infierno? Arrepentíos, todos vosotros, mientras haya tiempo. Tal vez esta advertencia sea la última para ti. Arrepiéntete y cree en Jesús, el Hijo de Dios, que murió por tus pecados. Como señal de que Lo aceptas como tu Redentor y Salvador, llévate ahora la mano al corazón. Date cuenta de que hasta ahora has seguido un camino falso bajo el dominio de la fuente hereditaria del mal en tu alma, detrás de la cual está el diablo, el espíritu de la mentira y la muerte. Con el gesto de acoger a Jesús, te has separado del diablo.

Invoca el santo nombre de Dios, Yehoshua en hebreo, diariamente con fe, y serás salvo. Jesús te librará del poder del pecado y del diablo y te dará vida eterna en el cielo. Si rechazas a Jesús, que es el Camino a la vida eterna, permanecerás en el camino del autoengaño y la autodestrucción, y el infierno te espera, independientemente de si eres católico o no católico, budista o hindú. No se puede dialogar con el pecado, la mentira y el diablo. Tal diálogo es una traición a la verdad y una pérdida de la vida eterna. El que crea en Jesucristo será salvo; el que no crea y Lo rechace, será condenado eternamente.

 

+ Elías

Patriarca del Patriarcado católico bizantino

+ Metodio OSBMr            + Timoteo OSBMr

obispos secretarios

 

3 de septiembre de 2022

 

Descargar: El PCB: Participantes del VII Congreso de religiones en Kazajistán, ¡manos al corazón! /1.ª parte: La esencia del cristianismo/ (03-09-2022)

 

 

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