El fruto del Vaticano II después de 60 años: la transformación de la Iglesia católica en una pseudo-Iglesia de la Nueva Era /5.ª parte/
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El rey Jeroboam estableció un sistema idólatra en Betel y Dan en Israel. Los israelitas ofrecían sacrificios a un becerro de oro en el desierto, y a dos becerros en Betel y Dan. Dios castigó a los reyes y a la nación por esta idolatría con sufrimiento, guerras, y, finalmente, con el cautiverio babilónico. Dios condenó a muchos reyes por su pasividad criminal ya que no pusieron fin al camino idólatra de Jeroboam. Está escrito sobre el rey Omri y otros: «Anduvieron en todos los caminos de Jeroboam, y en el pecado con el cual hizo pecar a Israel» (1 R 16, 26).
El Vaticano II también estableció un programa de adoración a dos becerros. El primer becerro es el respeto al paganismo y sus demonios, introducido por la declaración Nostra aetate. El segundo becerro son las herejías del modernismo, que se encarnaron como fruto del Vaticano II en todas las escuelas teológicas a través del método histórico-crítico. Hemos hablado del primer becerro idólatra en las cuatro partes anteriores. Ahora hablaremos del segundo becerro: el modernismo. Ambos ídolos del Vaticano II socavan no solo el primero, sino todos los demás mandamientos del Decálogo y la esencia misma de la fe.
Juan XXIII quedó excomulgado póstumamente por el camino de Jeroboam que él trazó a través del Vaticano II. Sin embargo, Francisco Bergoglio, paradójicamente, lo canonizó.
Pablo VI confirmó los documentos heréticos y el espíritu del Vaticano II, y por eso igualmente incurrió en la excomunión latae sententiae póstuma. No obstante, el pseudopapa Francisco también lo canonizó absurdamente.
Juan Pablo II, en lugar de detener la propagación de la idolatría —el culto a los dos becerros del neopaganismo y del modernismo—, aceleró el proceso de apostasía. Éste se extendió por todas las escuelas teológicas. El modernismo está ligado al método histórico-crítico, que cuestiona la divinidad de Cristo, Su resurrección real e histórica y la inspiración de las Escrituras. En 1986, Juan Pablo II convocó a los paganos a Asís y rezó en unidad con ellos. Sin embargo, los paganos no rezan a Dios, sino al diablo y a los demonios. El papa se unió a ellos en esto, lo que escandalizó mucho a los cristianos y les hizo tropezar. De este modo aceleró la transición al camino de la apostasía hacia el paganismo. Y Bergoglio lo canonizó absurdamente también. Además, según la bula dogmática Cum ex apostolatus officio, todos los actos y hechos de un apóstata son nulos y sin efecto. Esta es también la razón por la que la canonización de los papas conciliares y posconciliares es nula. Uno tramó, otro aprobó y el tercero promovió un golpe encubierto, una revolución permanente que resultó en la autodestrucción de la Iglesia.
Benedicto XVI se vio obligado a utilizar la autoridad papal que se le había confiado para dar un paso salvador, sin el cual la renovación de la Iglesia es inviable. Este paso consistía en llamar al Concilio Vaticano II por su auténtico nombre: un concilio herético e inválido. No lo hizo, sino que, por el contrario, beatificó a Juan Pablo II en 2011, confirmando así su acto de apostasía en Asís. Al hacerlo, también hizo caer sobre sí el anatema de Dios.
Francisco Bergoglio ha cometido una serie de herejías flagrantes, como la entronización del demonio Pachamama o la consagración a Satanás en Canadá. Con la declaración doctrinal Fiducia supplicans, ha producido un cisma al establecer una nueva enseñanza, un antievangelio sodomítico. En el espíritu del Concilio, Bergoglio también ha precipitado el proceso de autodestrucción de la Iglesia al introducir el principio del cambio de paradigma. De este modo, el pseudopapa descarta las verdades fundamentales de la fe necesarias para la salvación.
Las raíces del modernismo se remontan al siglo XVIII. En esa época, bajo la influencia de los masones, surgió un movimiento llamado Ilustración, que tuvo un impacto no solo en los acontecimientos seculares, sino también en la Iglesia. En el siglo XIX, a la Ilustración le siguió el modernismo. Su objetivo era amoldar las verdades de la fe al mundo, el así llamado aggiornamento. De hecho, se trataba de destruir las verdades esenciales del cristianismo, es decir, la eutanasia espiritual paulatina. Los modernistas eran y son clérigos no convertidos que no luchan contra su propio orgullo y lujuria y no siguen a Cristo. No creen en Dios y, por lo tanto, ¡se avergüenzan de las verdades de la fe! La incredulidad los lleva a acomodar las enseñanzas de la Iglesia al espíritu del mundo. Niegan el carácter sobrenatural de la Iglesia, ignoran obstinadamente su tarea primordial: la salvación de las almas inmortales, y así convierten a la Iglesia en una especie de organización pseudohumanista.
Hoy en día, el modernismo está representado principalmente por el método histórico-crítico en teología (en lo sucesivo THC). Sin una verdadera conversión y la decisión concreta de seguir a Cristo y abrirse plenamente a su Espíritu, no solo nadie podrá luchar contra el modernismo, el veneno espiritual de la THC, sino que además lo difundirá. De hecho, se trata de una batalla espiritual oculta contra los poderes de las tinieblas (cf. Ef 6, 11-19).
¿Qué dicen las Escrituras sobre los saduceos? No creían en los ángeles, ni buenos ni malos, no creían en la resurrección de los muertos ni en los milagros. Este espíritu es idéntico al espíritu que representan hoy en la Iglesia los teólogos histórico-críticos, que prácticamente niegan la divinidad de Cristo. ¡Tienen un evangelio y un espíritu diferentes al del apóstol Pablo y los demás apóstoles! En este espíritu diferente, el espíritu del ateísmo, interpretan las Escrituras.
El apóstol Juan escribe que han salido muchos herejes al mundo que niegan a Cristo. Advierte contra estos anticristos, para que los creyentes no los reciban en sus casas ni los saluden, y así no participen en su herejía (cf. 2 Jn 1, 10s).
Los herejes de hoy pretenden ser los únicos que pueden explicar la Sagrada Escritura y toda la doctrina católica, y, por añadidura, de manera científica. No respetan la autoridad y la tradición de la Iglesia ni los pilares de la fe, los dogmas. El modernismo impugna lo que la Iglesia ha enseñado durante 2 000 años. Se basa en la filosofía atea, niega lo sobrenatural en la Biblia, niega subrepticiamente incluso la resurrección de Cristo, y no cree que Jesús sea verdadero Dios y verdadero hombre, el único Salvador. El modernismo tiene una nueva doctrina en la que divide a Cristo en el Cristo de la historia y el Cristo de la fe, del que dice que se lo inventó la primera comunidad de creyentes. ¿Cómo es posible que este disparate, ya condenado por Pío X, se haya impuesto en todas las escuelas teológicas? La respuesta es el Concilio Vaticano II y el espíritu posconciliar.
La acción de este espíritu herético puede compararse con el envenenamiento por cianuro de potasio. El cianuro se une a los receptores de oxígeno en la sangre. La unión con el veneno, que causa la muerte, es mucho más rápida y fácil que la conexión con el oxígeno, que da vida. La muerte se produce por la falta de oxígeno. El efecto del espíritu que está detrás del modernismo de la THC es similar: halaga el pensamiento del viejo hombre, cuya unión con el espíritu de mentiras es más rápida y fácil que la unión con la Palabra de Dios y el Espíritu de verdad. El hombre natural, carnal, con su enfoque puramente racional de la Sagrada Escritura, siempre ha producido y producirá herejías y las difundirá con facilidad y gran rapidez.
El cianuro tiene un agradable olor a almendras. Del mismo modo, todas las herejías, incluida la THC, adulan agradablemente al hombre carnal. Tras consumir cianuro, el hombre se asfixia fácil, despiadada y rápidamente porque ya no puede recibir el oxígeno vital del aire, por mucho que intente respirar. Su cuerpo ya no es capaz de incorporarlo a su estructura. Lo mismo le sucede a un estudiante de Teología o a un lector de la literatura de la THC. Todo aquel que se ha abierto y ha recibido en su alma el veneno del modernismo ya no es capaz de recibir la Palabra viva de Dios, y, como consecuencia de la incredulidad, se produce la muerte espiritual. Embriagado por el olor agradable del veneno espiritual (herejía), detrás del cual se esconde el espíritu de mentira y muerte (cf. Jn 8,44), uno se sofoca por dentro.
San Basilio deja claro que la Sagrada Escritura es dada para la vida, y cada uno tendrá que rendir cuentas de si vivió o no según la Palabra de Dios. Los teólogos heréticos no entienden en absoluto la Sagrada Escritura, y la postura ortodoxa de los padres de la Iglesia les resulta completamente ajena.
El método modernista se encarga de aportar soluciones completamente irrelevantes, totalmente engañosas y construidas artificialmente para problemas fabricados. La actividad de los teólogos liberales en la Iglesia es lo mismo que la formación de agrónomos en agricultura que cultivarían diversas especies de plagas, compitiendo entre sí, hasta que infestarían todos los cultivos a tal punto que, finalmente, causarían una hambruna mundial.
San Basilio alza su voz en la época en que la Iglesia está siendo destruida por dentro por la herejía del arrianismo diciendo: «Todas estas personas se ven afectadas por una epidemia incurable de amor loco por la fama, por lo que cada uno quiere ser superior a los demás, mientras que, de hecho, su barco se está hundiendo hasta el fondo de una terrible profundidad. … Se ha movido cada frontera (dogma) establecida por los padres de la Iglesia, se ha sacudido cada fundación, cada fortaleza de una visión sólida de la verdadera fe… A menos que nuestro enemigo nos ataque primero, nos hará daño un amigo a nuestro lado…». Tal es la situación incluso hoy en día, pero muchos ya no lo ven; ¡se han vuelto espiritualmente ciegos!
La profesora Eta Linnemann dio su testimonio de por qué dijo «¡No!» a la teología histórico-crítica. Como estudiante de Bultmann, Fuchs, Gogarten y Ebeling, tuvo los mejores profesores que la teología histórico-crítica podía ofrecerle. Su primer libro llegó a ser un superventas. Ella misma se convirtió en profesora universitaria de Teología y Metodología. Más tarde, sin embargo, confesó pública y radicalmente que ese trabajo era perjudicial para el anuncio del Evangelio. Después de su sincera conversión, se dedicó a las misiones.
Cita de la profesora Linnemann: «La historiografía crítica atea se ocupa de la Palabra de Dios sin entrar en ella. Y a eso se le llama “teología”: “¡hablar de Dios!”. ¡Es una perversión monstruosa! Hemos hecho pasar por este fuego generación tras generación de creyentes cristianos jóvenes, que estaban dispuestos y deseosos de servir a Dios, sacrificándolos a Moloch de una teología atea. El resultado ha sido una generación tras otra de seductores seducidos. ¿Cuándo nos arrepentiremos por fin y dejaremos esta idolatría?”
Quien se adentra en este camino de la impiedad, ya no es libre en sus decisiones; hay algo o alguien que le obliga. Esta coacción no se ejerce mediante métodos aprendidos. Son fuerzas demoníacas bajo cuya influencia cae todo aquel que emprende este camino. A partir de entonces, ya no es libre, sino que está bajo un hechizo.
Tengo por basura todo lo que enseñé y escribí antes de entregar mi vida a Jesús. … Lo que había en mi casa lo tiré a la basura en 1978 y le ruego que haga lo mismo con lo que pueda haber quedado en su estantería».
+ Elías
Patriarca del Patriarcado católico bizantino
+ Metodio OSBMr + Timoteo OSBMr
Obispos secretarios
17 de enero de 2025